domingo, 28 de junio de 2009

Dos hombres y un destino...


No voy a escribir sobre la estupenda película y mejor sintonía musical que interpretan Robert Redford y Paul Newman, sino sobre otros dos personajes que se ajustan al título de este escrito:
Pedro y Pablo, el obispo de Roma y el apóstol de los gentiles respectivamente.
Hoy celebramos su fiesta. Unidos en un día dos hombres de diferente estilo pero con un mismo sentido, la fidelidad al Nazareno. Por el dieron su vida, ambos le confesaron.
Jesús propuso una encuesta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? - Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? - Simón Pedro contestó: "Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Entonces Jesús le hizo una promesa formal: "Dichoso, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre, que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro" Mateo 16,13. --Pedro, Petros, Quefá, Piedra, Roca--. En ese momento, Pedro sintió la mirada fija del Señor, pues toda vocación implica una mirada fija del Señor, de invitación, predilección, y de gracia. Pedro es el primero a quien Jesús ha llamado. Nació en Betsaida, junto al lago de Tiberiades y se trasladó a Cafarnaún, donde junto los hijos del Zebedeo, con Juan y Santiago, había montado una empresa pesquera.
El temperamento de Pedro era rudo, impetuoso y espontáneo, lo que hoy consideraríamos sanguíneo y colérico. Lo podemos comprobar tanto cuando contempla la pesca milagrosa, como cuando Jesús se dispone a lavarle los pies en la última Cena, o cuando defiende a Jesús en el huerto con la espada. Y se manifiesta repentizador y creativo, cuando le propone a Jesús construir tres chozas en el monte de la Transfiguración, donde se encontraba a gusto.
Pedro, que tuvo que pasar por lo más amargo de su vida, experimentar visible y públicamente, su debilidad: negó tres veces a su Maestro, por quien lo había dejado todo. Cuando se arrepintió y lloró amargamente, Jesús convirtió su vuelta al amor en curación de amor, con sus tres promesas de amor, con lo cual lo purificó para ser el pastor de los corderos y de las ovejas.
Pablo fue un fascinado, un enamorado de la persona de Cristo. Encontrarse con Jesús Resucitado fue la experiencia más grande, profunda, comprometida y decisiva de su vida. Experiencia de gozo, de amor y de libertad. Cristo rompió la losa del sepulcro de su orgullo y autosuficiencia, que era propia de los fariseos, y le resucitó por dentro. En adelante sentirá la necesidad de evangelizar: "¡Ay de mí si no evangelizare!" (1 Cor 9,16).
Pablo estaba convencido de su fuerza venía de Dios y que con sus sufrimientos suplía lo que faltaba a la pasión de Cristo (Col 1,24). Y por encima de todo, estaba colmado de amor. Padeció torturas espirituales, defección de sus evangelizados, persecuciones, abandonos, soledad. Y a pesar de todo, está alegre.
Los dos fueron encarcelados en la Cárcel Mamertina, y sacrificados bajo Nerón: Pedro crucificado, acusado del incendio de Roma, que el mismo emperador había provocado; Pablo, como ciudadano romano, decapitado con espada: Así lo escribe vísperas de su inmolación: "Yo estoy a punto de ser sacrificado" (2 Timoteo 4,6). Los sepulcros de los dos están en Roma como cimiento de la Iglesia.
En el Concilio de Jerusalén, Pedro desempeña una función directiva, y precisamente por el hecho de ser el testigo de la fe auténtica, el mismo Pablo reconocerá en él un papel de "primero".
Ambos son dos estupendas manifestaciones de seguimiento del Señor.
Que ellos nos sirvan de ejemplo y guía.
Buen lunes,amigos.

1 comentario:

Delfin Córcoles dijo...

Es una fecha demasiado importante para que la dejemos pasar como un lunes mas.

Buena semana amigo Caminante.