La esperanza “sirve” sobre todo cuando el corazón tiene ante sí dificultades y pruebas de importancia.
Lo fácil no es objeto de esperanza, porque sabemos que está a la mano, que se consigue en seguida, que las puertas están abiertas, que el espíritu y el cuerpo tienen la energía necesaria para alcanzar la meta.
Pero cuando vemos el objetivo rodeado de dificultades, cuando tocamos nuestra propia debilidad, cuando percibimos la acción de personas o de circunstancias que hacen difícil y lejano el triunfo, es cuando más necesitamos la virtud de la esperanza.
En la vida humana miles de deseos están acompañados por una auténtica nube de obstáculos. En ocasiones, el modo de pensar “realista” nos lleva a reconocer que es casi imposible dar un paso adelante, que no vale la pena seguir en la lucha por algo inalcanzable. En otras ocasiones, con un mayor esfuerzo, con un poco (o con un mucho de esperanza) seríamos capaces de reavivar la voluntad y reunir energías para seguir en la lucha por conquistar algo bueno y noble que merece lo mejor de nuestra vida.
La sociedad necesita corazones que no se rindan ante las pruebas, que no se acobarden ante los reproches, que no se hundan entre lamentaciones y “quisieras” sin decisiones concretas. El mundo necesita hombres y mujeres con una esperanza ardiente, llena de luz, llena de valentía, que sepa mirar más allá de las dificultades para renovar la lucha, a pesar de las heridas que la batalla va dejando en la propia carne.
Desde la fe cristiana, sabemos que la meta verdadera y feliz a la que todo ser humano está llamado se llama Dios, que es Padre y Redentor. Y porque reconocemos que el Hijo de Dios quiso pasar por el dolor humano, tomó nuestra carne débil y sufriente, recorrió nuestros caminos polvorientos y sintió la sed tras la larga marcha de la vida, también sabemos que la esperanza cuenta con el mejor de los Amigos, de los aliados, de los compañeros.
No somos peregrinos ilusos que van tras un espejismo de engaños. Somos bautizados tocados por una Cruz que no fue la última página de la historia, sino el culmen del Amor bañado de esperanza.
Hoy, las cruces ya no son de madera. La cruz es la realidad cotidiana de dos personas que se atormentan mutuamente sin llegar a formar un hogar. La cruz es la falta de oportunidades para desarrollarse como personas. La cruz es la realidad de miseria que inunda calles, montañas y ciudades como un torbellino incontenible. El paso vacilante de los emigrantes y de los desplazados por la violencia marca el ritmo de la civilización occidental. La humanidad ha ganado en derechos y en conciencia de su acción en el mundo. Pero, también ha multiplicado la miseria y el sufrimiento. Hoy sigue siendo Viernes Santo.
Los personajes que intervienen en la Pasión y Muerte de Jesús, no son extraordinariamente malos, sino personas normales y corrientes. Y esta reflexión nos ayuda a aceptar que nos puedan vender, juzgar, traicionar y crucificar las personas normales que están junto a nosotros e igualmente hacerlo cada uno de nosotros con otros.
Tras la tristeza del Gólgota viene la alegría de la Pascua. Esa es la gran esperanza que tenemos los cristianos, por la que caminamos entre luces y sombras, entre obstáculos y caídas.
Los ojos del alma miran hacia el frente, llenos de esperanza. Descubren así un horizonte en el que brilla la aurora que nos invita a dar nuevos pasos en la lucha por el bien, por la verdad, por la justicia, por el amor eterno.
El sufrimiento es también un lugar para la esperanza en cuanto que lo que cura al hombre no es esquivarlo y huir del dolor, “sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (Cfr. No. 37 Spe Salvi)
La imagen del juicio final no es en primer lugar una imagen terrorífica, sino una imagen de esperanza; quizás la imagen decisiva para nosotros de la esperanza. (…) Es una imagen que exige la responsabilidad” (cfr. No. 44 Spe Salvi). “El juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia. Si fuera solamente gracia que convierte en irrelevante todo lo que es terrenal, Dios seguiría debiéndonos aún la respuesta a la pregunta sobre la justicia (…) Si fuera pura justicia, podría ser al final sólo un motivo de temor para todos nosotros” (cfr. No. 47 Spe Salvi).
¿Es posible vivir con esperanza ante este triste espectáculo?.
Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana. La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez” (Cfr. No. 24 Spe Salvi).
¿Qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor?. ¿Qué ha traído?. La respuesta es sencilla: a Dios.
Nosotros necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas–, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios.
« SPE SALVI facti sumus » – en esperanza fuimos salvados, dice san Pablo a los Romanos y también a nosotros (Rm 8,24).
Lo fácil no es objeto de esperanza, porque sabemos que está a la mano, que se consigue en seguida, que las puertas están abiertas, que el espíritu y el cuerpo tienen la energía necesaria para alcanzar la meta.
Pero cuando vemos el objetivo rodeado de dificultades, cuando tocamos nuestra propia debilidad, cuando percibimos la acción de personas o de circunstancias que hacen difícil y lejano el triunfo, es cuando más necesitamos la virtud de la esperanza.
En la vida humana miles de deseos están acompañados por una auténtica nube de obstáculos. En ocasiones, el modo de pensar “realista” nos lleva a reconocer que es casi imposible dar un paso adelante, que no vale la pena seguir en la lucha por algo inalcanzable. En otras ocasiones, con un mayor esfuerzo, con un poco (o con un mucho de esperanza) seríamos capaces de reavivar la voluntad y reunir energías para seguir en la lucha por conquistar algo bueno y noble que merece lo mejor de nuestra vida.
La sociedad necesita corazones que no se rindan ante las pruebas, que no se acobarden ante los reproches, que no se hundan entre lamentaciones y “quisieras” sin decisiones concretas. El mundo necesita hombres y mujeres con una esperanza ardiente, llena de luz, llena de valentía, que sepa mirar más allá de las dificultades para renovar la lucha, a pesar de las heridas que la batalla va dejando en la propia carne.
Desde la fe cristiana, sabemos que la meta verdadera y feliz a la que todo ser humano está llamado se llama Dios, que es Padre y Redentor. Y porque reconocemos que el Hijo de Dios quiso pasar por el dolor humano, tomó nuestra carne débil y sufriente, recorrió nuestros caminos polvorientos y sintió la sed tras la larga marcha de la vida, también sabemos que la esperanza cuenta con el mejor de los Amigos, de los aliados, de los compañeros.
No somos peregrinos ilusos que van tras un espejismo de engaños. Somos bautizados tocados por una Cruz que no fue la última página de la historia, sino el culmen del Amor bañado de esperanza.
Hoy, las cruces ya no son de madera. La cruz es la realidad cotidiana de dos personas que se atormentan mutuamente sin llegar a formar un hogar. La cruz es la falta de oportunidades para desarrollarse como personas. La cruz es la realidad de miseria que inunda calles, montañas y ciudades como un torbellino incontenible. El paso vacilante de los emigrantes y de los desplazados por la violencia marca el ritmo de la civilización occidental. La humanidad ha ganado en derechos y en conciencia de su acción en el mundo. Pero, también ha multiplicado la miseria y el sufrimiento. Hoy sigue siendo Viernes Santo.
Los personajes que intervienen en la Pasión y Muerte de Jesús, no son extraordinariamente malos, sino personas normales y corrientes. Y esta reflexión nos ayuda a aceptar que nos puedan vender, juzgar, traicionar y crucificar las personas normales que están junto a nosotros e igualmente hacerlo cada uno de nosotros con otros.
Tras la tristeza del Gólgota viene la alegría de la Pascua. Esa es la gran esperanza que tenemos los cristianos, por la que caminamos entre luces y sombras, entre obstáculos y caídas.
Los ojos del alma miran hacia el frente, llenos de esperanza. Descubren así un horizonte en el que brilla la aurora que nos invita a dar nuevos pasos en la lucha por el bien, por la verdad, por la justicia, por el amor eterno.
El sufrimiento es también un lugar para la esperanza en cuanto que lo que cura al hombre no es esquivarlo y huir del dolor, “sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (Cfr. No. 37 Spe Salvi)
La imagen del juicio final no es en primer lugar una imagen terrorífica, sino una imagen de esperanza; quizás la imagen decisiva para nosotros de la esperanza. (…) Es una imagen que exige la responsabilidad” (cfr. No. 44 Spe Salvi). “El juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia. Si fuera solamente gracia que convierte en irrelevante todo lo que es terrenal, Dios seguiría debiéndonos aún la respuesta a la pregunta sobre la justicia (…) Si fuera pura justicia, podría ser al final sólo un motivo de temor para todos nosotros” (cfr. No. 47 Spe Salvi).
¿Es posible vivir con esperanza ante este triste espectáculo?.
Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana. La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez” (Cfr. No. 24 Spe Salvi).
¿Qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor?. ¿Qué ha traído?. La respuesta es sencilla: a Dios.
Nosotros necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas–, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios.
« SPE SALVI facti sumus » – en esperanza fuimos salvados, dice san Pablo a los Romanos y también a nosotros (Rm 8,24).
2 comentarios:
Desde el respeto a todos los que no creen en Dios, tengo que decirte que me parece un gran post
éste que es escribido, y que suscribo todo lo que dices.
Que haya mucha suerte hoy; yo ya he acudido a ejercer mi derecho de sufragio activo.
Un saludo muy fuerte, amigo Caminant.
¡VIVA LA VIDA!
Un saludo muy fuerte.
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