"Hemos aprendido a volar como los pájaros y a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir juntos como hermanos".MARTIN LUTER KING
Vivimos en un mundo demasiado agresivo.Hay agresividad en hogares, escuelas y trabajos; hay agresividad en niños, adolescentes adultos jóvenes y ancianos.Visto en su raíz emocional, toda agresividad tiene como base el miedo.
La agresividad es, como la ansiedad, un comportamiento o conducta que, a cierto nivel, se considera normal, funcional y necesaria para la supervivencia y la vida cotidiana pero que, a ciertos otros niveles, se considera anormal, disfuncional y generadora de muchos otros problemas de salud. La agresividad puede llegar a ser devastadora contra los que nos rodean o contra nosotros mismos. Cuando no somos capaces de resolver un problema, nos desesperamos y, para salir de la desesperación, generamos una rabia terrible, que, si no es canalizada, puede ser destructiva.
En el nivel emocional puede presentarse como rabia o cólera, manifestándose a través de la expresión facial y los gestos o a través del cambio del tono y volumen en el lenguaje, en la voz.
Los animales tienen un alto control de la agresividad: Existe un control de la agresividad que es diferente a la del hombre. Los machos se pelean pero raramente llegan a matarse, el macho que pierde se muestra como perdedor, en lo que se llama el ritual de apaciguamiento, en el caso de los lobos, el macho perdedor se tiende en el sueño y le muestra al otro el cuello, dejando su yugular al descubierto y dejando su vida a merced del macho dominante.
Lo importante es aprender a controlar nuestra agresividad, y reconocer a los potenciales sujetos agresivos para evitarlos, disuadirlos o vencerlos.
Vencer la agresividad requiere determinación y voluntad. Implica respetar los valores, criterios y decisiones del prójimo; valorar más la persuasión y la negociación que la agresión; vencer la necesidad de tener razón y la nociva tendencia de obligar a los otros a que se adapten a nosotros. También demanda amplitud para percibir cada situación, pues cierto es que hay muchas maneras de ver cada evento que nos acontecen.
Lo interesante del caso es que tener dominio propio, en estas circunstancias es una forma de responder a aquéllos que esperan una reacción violenta.
El expresar serenidad, en un sentido, es un método de comunicarles que hay una sobriedad, que hay un sabio análisis de lo que pasa y una madurez que no permitirá un descontrol de si mismo.
Cristo vio que el templo en Jerusalén se usaba como negocio callejero de compra y ventas de animales y quien sabe que otra mercadería. La reacción agresiva de Jesús es un ejemplo de un total dominio propio. Dice la escritura que Él “preparó” un látigo. Cristo en su celo podría haber arremetido furiosamente sin ningún control de si mismo. Sin embargo, él tomó su tiempo para preparar un látigo con el que echó a los cambistas fuera del templo.
Creo firmemente en el valor del dominio de la situación. Aunque nos agredan como alfileres cientos de estímulos que podrían hacernos saltar, un entrenamiento adecuado, día tras día nos hace menos agresivos, más capaces de resistir a la agresión ajena y consecuentemente más maduros y, por qué no decirlo, quizá más felices.
“Cultivo una rosa blanca,en julio como en enero,
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arrancael corazón con que vivo
cardo ni ortiga cultivo:
¡Cultivo la rosa blanca!
( José Martí, poeta cubano)
Tened cuidado ahí fuera, amigos.
Vivimos en un mundo demasiado agresivo.Hay agresividad en hogares, escuelas y trabajos; hay agresividad en niños, adolescentes adultos jóvenes y ancianos.Visto en su raíz emocional, toda agresividad tiene como base el miedo.
La agresividad es, como la ansiedad, un comportamiento o conducta que, a cierto nivel, se considera normal, funcional y necesaria para la supervivencia y la vida cotidiana pero que, a ciertos otros niveles, se considera anormal, disfuncional y generadora de muchos otros problemas de salud. La agresividad puede llegar a ser devastadora contra los que nos rodean o contra nosotros mismos. Cuando no somos capaces de resolver un problema, nos desesperamos y, para salir de la desesperación, generamos una rabia terrible, que, si no es canalizada, puede ser destructiva.
En el nivel emocional puede presentarse como rabia o cólera, manifestándose a través de la expresión facial y los gestos o a través del cambio del tono y volumen en el lenguaje, en la voz.
Los animales tienen un alto control de la agresividad: Existe un control de la agresividad que es diferente a la del hombre. Los machos se pelean pero raramente llegan a matarse, el macho que pierde se muestra como perdedor, en lo que se llama el ritual de apaciguamiento, en el caso de los lobos, el macho perdedor se tiende en el sueño y le muestra al otro el cuello, dejando su yugular al descubierto y dejando su vida a merced del macho dominante.
Lo importante es aprender a controlar nuestra agresividad, y reconocer a los potenciales sujetos agresivos para evitarlos, disuadirlos o vencerlos.
Vencer la agresividad requiere determinación y voluntad. Implica respetar los valores, criterios y decisiones del prójimo; valorar más la persuasión y la negociación que la agresión; vencer la necesidad de tener razón y la nociva tendencia de obligar a los otros a que se adapten a nosotros. También demanda amplitud para percibir cada situación, pues cierto es que hay muchas maneras de ver cada evento que nos acontecen.
Lo interesante del caso es que tener dominio propio, en estas circunstancias es una forma de responder a aquéllos que esperan una reacción violenta.
El expresar serenidad, en un sentido, es un método de comunicarles que hay una sobriedad, que hay un sabio análisis de lo que pasa y una madurez que no permitirá un descontrol de si mismo.
Cristo vio que el templo en Jerusalén se usaba como negocio callejero de compra y ventas de animales y quien sabe que otra mercadería. La reacción agresiva de Jesús es un ejemplo de un total dominio propio. Dice la escritura que Él “preparó” un látigo. Cristo en su celo podría haber arremetido furiosamente sin ningún control de si mismo. Sin embargo, él tomó su tiempo para preparar un látigo con el que echó a los cambistas fuera del templo.
Creo firmemente en el valor del dominio de la situación. Aunque nos agredan como alfileres cientos de estímulos que podrían hacernos saltar, un entrenamiento adecuado, día tras día nos hace menos agresivos, más capaces de resistir a la agresión ajena y consecuentemente más maduros y, por qué no decirlo, quizá más felices.
“Cultivo una rosa blanca,en julio como en enero,
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arrancael corazón con que vivo
cardo ni ortiga cultivo:
¡Cultivo la rosa blanca!
( José Martí, poeta cubano)
Tened cuidado ahí fuera, amigos.
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