jueves, 23 de octubre de 2008

El hombre en busca de sentido...



El hombre en busca de sentido...(Con afecto,a Ahinoa, con cariño, a Cualqui)
Hoy quiero dedicar este humilde papelillo a dos personas, en representación de otras muchas. ¿Por qué a ellas?. Simplemente porque se les percibe en estos momentos más dolientes y eso ya es suficiente motivo para tenerlas en cuenta.
Eso no hace que el resto no merezca, no merezcamos ningún tipo de mención. Muy al contrario: todos somos acreedores en algún momento de la atención, del afecto, de la significación de otros, de los que no somos ajenos sino compañeros de viaje.
Que todos tengan por seguro que ese momento llegará, lo sentiremos, lo percibiremos como único.
Alguno de vosotros ya sabéis mi debilidad por la persona a la cual voy a citar dentro de un momento: se trata del psiquiatra judío Viktor Emil Frankl, fundador de la tercera vía de la psiquiatria y padre de la Logoterapia.
Al vivir en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda, sin nada, nos describe la forma en la que pudo sobrevivir a pesar de que todo lo había perdido, de todo lo que había visto destruir a su alrededor. Explica cómo todo lo que valía la pena se le había arrebatado. Padeció hambre, frío y brutalidades en manos de los guardias nazis. En varias ocasiones estuvo a punto de morir, así como vio la muerte a su alrededor. Sin embargo, el objetivo de Frankl es ayudar a las personas a alcanzar un temple esperanzador sobre la capacidad humana de trascender sus dificultades con dignidad, a través del descubrimiento de un sentido para sus vidas. Al descubrir su verdad conveniente y orientadora, el hombre no sólo encuentra un sentido a su vida, sino que descubre qué es lo que la vida espera de él.
"El sentido de mi vida es acompañar a quienes, como peregrinos, buscan fatigosamente el sentido de sus vidas o afrontan el sufrimiento de una vida para ellos sin sentido".
Viktor E. Frankl
El doctor Frankl, psiquiatra y escritor, suele preguntar a sus pacientes aquejados de múltiples padecimientos: «¿Por qué no se suicida usted?» Y muchas veces, de las respuestas extrae una orientación para la psicoterapia a aplicar: a éste, lo que le ata a la vida son los hijos; al otro, un talento, una habilidad sin explotar; a un tercero, quizás, sólo unos cuantos recuerdos que merece la pena rescatar del olvido. Tejer estas tenues hebras de vidas rotas en una urdimbre firme, coherente, significativa y responsable es el objeto con que se enfrenta la logoterapia.En esta obra, Viktor E. Frankl explica la experiencia que le llevó al descubrimiento de la logoterapia. Prisionero, durante mucho tiempo, en los desalmados campos de concentración, él mismo sintió en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda. ¿Cómo pudo él que todo lo había perdido, que había visto destruir todo lo que valía la pena, que padeció hambre, frío, brutalidades sin fin, que tantas veces estuvo a punto del exterminio, cómo pudo aceptar que la vida fuera digna de vivirla? El psiquiatra que personalmente ha tenido que enfrentarse a tales rigores merece que se le escuche, pues nadie como él para juzgar nuestra condición humana sabia y compasivamente. Las palabras del doctor Frankl alcanzan un temple sorprendentemente esperanzador sobre la capacidad humana de trascender sus dificultades y descubrir la verdad conveniente y orientadora.
He tomado estas notas de la reseña de su dígamos primer libro, pero ahora paso a escribir mis sentimientos sobre el tema.
Nadie que sufra puede sernos ajeno. No quiere decir eso que hemos de dejar de vivir para atender sus necesidades...pero casi sí, al menos en disposición.
Que la otra persona sepa que puede contar contigo, que no caiga en desesperación por tu frialdad.
Un ser doliente es alguien que padece terriblemente algo que no estamos experimentando y a lo cual podemos administrar el bálsamo de una palabra, de una acción, de una comprensión...y evitar así la desesperación por soledad del otro.
No soy quien para dar consejos. Problemas he tenido por ello. Alguna persona que se consideraba mi amiga ha querido, de alguna forma absorver de tal manera el tiempo dedicada a ella que ha roto dolorosamente para mí su amistad.
Eso ha de ser asumido como un riesgo. Pero no triunfa quien no se arriesga.
Hacer llegar al otro el sentimiento de que es posible la luz siempre es darle un segundo de vida, el necesario para luchar, para seguir, y eso es algo sagrado a lo que no se puede renunciar.
El ser humano precisa de compañía. Es su máximo bien, quiere vivir en compañía, ansía vivir junto a otros seres y cumplir así el mandato divino.
Por eso, simplemente, sin abundar más, pediría de la manera más humilde posible, que tengamos siempre un segundo para el otro, que nos veamos reflejados en él y seamos capaces de sentir como siente él en ese instante.
Igual habremos salvados dos almas: la suya y la nuestra.
Un abrazo, amigos.

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