lunes, 30 de marzo de 2009

Toque de oración...


Últimamente, unido a todo lo que está sucediendo, se añade un especial, que no inusual, asedio a la figura del Ejército español.
Y esto duele a los que nos sentimos españoles y consideramos al Ejército como una parte de la sociedad en la que vivimos. Integrado por hijos de esa sociedad y dirigido a la defensa de la unidad patria y de esa sociedad de la cual forma parte.
Varias bofetadas ha recibido en los últimos días en su cara. La anunciada retirada de Kosovo, luego desmentida a medias,la disolución de banderas de la Legión, la famosa retirada de la vidriera que preside el comedor de gala de la Academia de Toledo, la anulación del desfile de las Fuerzas Armadas y lo más sangrante a mi entender, la cita de Rodríguez sobre la actuación del islote Perejil, la defensa del territorio patrio.
El Ejército está soportando con total disciplina todos estos desmanes, despropósitos y villanías. No puede ser de otra manera la respuesta de personas que han jurado defender el uniforme que llevan hasta el derramamiento de su sangre si fuera preciso.
Esto último sólo lo pueden entender aquellos que sienten algo parecido. No sufre sino quien ama. Y no se ama aquello por lo que no se sufre.
Pienso que si se debilita el Ejército se está debilitando una parte importante de España. Y a eso nos conduce este partido que está en el poder.
Nadie debe ser más que el todo, que la Nación entera, y menos un partido.
Es una pena que para que se oiga a la Patria sin que nadie se avergüence tengamos que enterrar a un militar, héroe de la paz o asesinado por la ETA. No supieron morir de otra manera.
Quiero ofrecerle al Ejército mi pequeño homenaje de respeto,admiración y compenetración. Mis palabras son demasiado pobres, por eso me permito dejar aquí las de Antonio Burgos, periodista, escritor, andaluz y español, con su sentido artículo sobre el tema...
En las solemnes ceremonias militares, como la de ayer, cuando se palpa el sentido de Reino, suele tributarse el homenaje del Toque de Oración en memoria de todos los que dieron la vida por España en todos los tiempos. Los guiones de las unidades se dirigen a paso lento al monolito en honor de los Caídos, ante el que se ofrenda una corona. Suena un repeluco en forma de canción. Es la adaptación militar que Tomás Asiaín hizo de «La muerte no es el final», plegaria fúnebre creada por Cesáreo Gabaraín cuando fue capellán del Colegio Chamberí de los Hermanos Maristas: «Cuando la pena nos alcanza/ del compañero perdido,/ cuando el adiós dolorido,/busca en la fe su esperanza...».
Antes de la emoción de «La muerte no es el final» y del nudo en la garganta del Toque de Oración, se lee solemnemente un soneto. Por mucho que he buscado, no he encontrado su autor. El soneto, ¿para qué vamos a engañarnos?, no vale literariamente un duro. Pero nos da el avío de la emoción, del recuerdo, de la memoria de los héroes. Es un soneto con versos cojos, supongo que mutilados en guerra por la Patria; y con alguna rima que no consta, que queda como en tierra de nadie, perdida entre las líneas del frente lírico del primer terceto.
Leyendo distintas versiones del soneto, sospecho que está más tocado que «Los Voluntarios», por las conveniencias de cada hora. El «por la Patria morir fue su destino», en una versión anterior fue «inmolarse por Dios fue su destino». En el último terceto, se perdió la riqueza poética de la gradación del «quisieron», «pudieron» y «supieron», y repite torpemente «quisieron». Aunque ramplón y mal medido, en el memorial por los caídos el soneto daba toda la emoción, cuando era recitado en esta versión: «Lo demandó el honor y obedecieron,/ lo requirió el deber y lo acataron./ Con su sangre la empresa rubricaron,/ con su esfuerzo la Patria redimieron./ Fueron grandes y fuertes, porque fueron/ fieles al juramento que empeñaron./ Por eso como valientes lucharon/ y como héroes murieron./ Por la patria morir fue su destino./ Querer a España, su pasión eterna./ Servir en los Ejércitos, su vocación y sino./ No quisieron servir a otra bandera,/ no quisieron andar otro camino, no supieron morir de otra manera».
A Bono el soneto le parecía carca. Y tocó generala lírica para arreglarlo y meterlo en el cajón de curas, cortándole los pitones. ¡Fuera banderas, fuera juramentos, muera la muerte! Los caídos no «redimieron» a la Patria: la «engrandecieron». Del «juramento que empeñaron», nada; nada de jurar bandera; en su lugar, descanso, «los ideales que abrazaron». Nada de «no quisieron servir a otra bandera», que las carga el diablo: «no pudieron servir con más grandeza».
-Oiga usted, pero «grandeza» no rima ni con «bandera» ni con «manera», ni con nada, y se carga la rima...
Da lo mismo. Quien manda, manda, y cartucho al cañón. Menos mal que no han sustituido (de momento) «La muerte no es el final» por las Sevillanas del Adiós, lo de algo se muere en el alma cuando un amigo se va. Menos mal que al Toque de Oración todavía no le dicen Toque de Obituario, que todo se andará. El que manda a quienes tienen la disciplina como religión civil ha prohibido el «no supieron morir de otra manera», remate y síntesis del memorial soneto... y de la vida ofrecida por España. Aquí no se muere nadie sin permiso del señor ministro. Ya no es «morir de otra manera»; es «vivir de otra manera». Pero la luz del sol de todos, en la reconciliada memoria del veterano de la División Leclerc junto al ex combatiente de la División 250, seguía diciendo ayer en la Castellana que, aunque Bono no quiera reconocerlo, no supieron morir de otra manera por España y por sus libertades.

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