Acabo de leer su columna publicada hoy en EL MUNDO. La reproduzco a continuación y paso a comentarle lo que dicho artículo me sugiere.
SABATINA SABATICA
Con pereza y miedo, me dispongo a escribir sobre el asunto de los crucifijos en los colegios públicos, tomando como premisa que una iniciativa particular y la sentencia de un juez han puesto en situación la controversia, pero no ningún vendaval antirreligioso presuntamente impulsado por el Gobierno o sus belicosos votantes.
Mi débil sometimiento a la razón me indica que las aguas bajaban mansas para todos -durante cerca de 30 años-, cuando el radical posicionamiento de ciento y pico emisoras de titularidad episcopal contra las siglas de la izquierda, la connivencia callejera de los obispos con el partido de la derecha -que hoy lo lamenta- y los beligerantes posicionamientos de algunos circunstanciales y muy activos dirigentes de la Iglesia -Rouco, Cañizares, Martínez Camino- en temas que conciernen al libre y voluntario criterio sobre salud y felicidad de los ciudadanos, bien han podido suscitar algunas reacciones de hostilidad que hasta ahora no se habían dado por no mediar agresión de parte y porque el pasado quedaba lejos.
Quitar los crucifijos de las aulas públicas es, obviamente, una medida acorde con la constitucional aconfesionalidad del Estado, pero, también, descristianiza el espacio público y anula posiciones alcanzadas por la Iglesia y la religión católicas desde cuando, en contra del precepto evangélico, y para estupor de los testigos imparciales, las cosas del Dios (presuntamente liberador) y del César (siempre opresor) comenzaron a ir juntas y, en España, juntas siguieron hasta hace 33 años más lo que, sin deber colear, colea. La libertad de la que, como es lógico, disfruta la Iglesia para exhibir sus símbolos en sus escenarios privados -colegios, templos, recintos varios-, siempre con vistas a la calle, y en sus salidas públicas -celebraciones, procesiones, publicaciones- es total y muy amplia.
Pudiera ser que no pocos padres y ciudadanos pensaran, lejos del odio antirreligioso, que no desean que la vida de sus hijos esté diariamente presidida por una figura ensangrentada y torturada de la que emana un discurso a favor del valor de la muerte, del martirio, del sufrimiento, de la autoinmolación, de la mortificación y del dolor. Sin disponer humildemente de una visión sobrenatural, ni de una inquina anticlerical, sencillamente preferirían -modestos creyentes, agnósticos, ateos o variopintos- que sus hijos no interiorizaran, en la escuela pública -en el espacio vacío, concurrente y común- esa visión de la existencia y de la condición humanas. Eso podría ser todo, y ajustado a Derecho.
Me pregunto ingenuamente, y por poner un poco de picante a este texto pacífico y beatífico, cuántos ciudadanos partidarios del crucifijo en las aulas públicas lo tienen colocado en lugar preferente en la pared de sus dormitorios y de los de sus hijos, en sus cuartos de estar, en sus carteras, en sus coches o en sus despachos. Cuántos lo llevan en su corazón, en su conducta y en su ejemplo de perdón y amor al prójimo y al enemigo. Se vería más que en cien mil paredes.
Sr. Hidalgo:
Supongo que utiliza usted un giro periódistico al decir que escribe con pereza y miedo. Generalmente, ambos sentimientos van contrapuestos. Si hay pereza no suele darse miedo y al contrario. pero bien, usted es muy dueño de escribir lo que crea.
Si tiene pereza no escriba, abándonese a la molicie, y el miedo no creo que se lo pueda provocar otra cosa que un ramalazo de mala conciencia, quizá restos de esa educación religiosa que ahora gusta tanto denostar.
Cita usted a las emisoras de la Iglesia, a los obispos y supuestamente al PP como si del propio diablo se tratase.
Discúlpeme que utilice lenguaje cristiano. Un servidor, al contrario que usted,no ha podido ni querido liberarse de las cadenas de la religión, pero bien sabe que en este mundo "hay gente pa to"...
La izquierda, tal como usted la pinta, está más cercana del Cielo que proclamamos los cristianos. ¡Qué verdad es aquello de que los últimos serán los primeros y al revés, don Manuel!.
Tiene usted prisa en descristianizar la sociedad pública...¡Hombre, no me sea borde, dicho con respeto, salvo que para los cristianos que nos movemos en ella nos destine a campos de concentración y de matarile, eso que sus amigos de izquierdas tan bien han realizado desde siempre!...
Le agradezco profundamente su generosidad a la hora de que mostremos nuestros símbolos en privado y en procesiones etc. También los mostramos cuando atendemos a ancianos, deficientes, enfermos de SIDA, sí hombre, de esos que ustedes, por estética, no sentarían posiblemente a su mesa...
Mire usted, no ofende quien quiere,sino quien puede. Y su alusión a un Cristo crucificado y sangrante,no habla sino de su cortedad al analizar un fenómeno histórico, leáse por favor a Flabio Josefo, y actas del imperio romano etc.
Sí,don Manuel.Nosotros creemos en un Hombre que aceptó dar su vida, conforme a una Ley social, civil, religiosa también, pero que perdonaba, amaba y no juzgaba, cosa que usted sí hace.
Ni usted me va a convencer a mí, ni yo intento convencerle a usted. Así que tengamos la fiesta en paz.
Su supuesta ingenuidad mefistofélica al preguntarse cuantos crucifijos hay colgados de las paredes, de los cuellos de los que invocamos al Crucificado puede quedar satisfecha si le digo que más de uno intentamos ser mejores cristianos cada día, cosa no fácil de conseguir, justo es reconocerlo.
Sí.Si todos,creyentes y no creyentes, fuesemos mejores, ese ejemplo de amor y perdón que usted cita resplandecería más que cien mil crucifijos en las paredes.
Quede usted con Dios. Paz y bien.